sábado, 9 de septiembre de 2023

Festival de Teatro de Manta 2020

AMIGOS: les paso el video del conversatorio de ayer durante el Festival de Teatro de Manta, organizado por La Trinchera, cuyo director, el querido Nixon García y su equipo, vienen sosteniendo por más de 30 años.


https://www.facebook.com/festiteatromanta/videos/1818174368333207


Hablé en primer lugar porque tenía que irme a otro evento organizado por mi college, por eso anoche escuché los que mis colegas dijeron después de haberme retirado. No detallo mis comentarios, porque los pueden ver al principio del video. Me detengo en las ideas que me impactaron expuestas por cada uno de mis colegas. Casi todos ellos, a pesar de las difíciles situaciones que están atravesando durante la pandemia, tienen una esperanza y una visión optimista para la postpandemia. La perspectiva de todos, salvo de los colegas venezolanos que forman parte de la Compañía Nacional de Teatro, se centraba en las vicisitudes del teatro independiente. Sandra, actriz del grupo español Sennsa Teatro, señaló la importancia de los sentidos (olor, tacto, incluso por encima del ver y oír) como aspectos viscerales e intransferibles del hecho teatral; sin duda, es aquello que no puede pasar a la virtualidad. Rosa Luisa Márquez, de Puerto Rico, recordó el carácter colonial de su país y de alguna manera hizo un paralelo entre la situación de confinamiento al que nos obliga la pandemia y el carácter insular de su país. Leyó un texto de Osvaldo Dragún, de las “Historias para ser contadas”, que nos conmovió, porque enfatizaba la perdurabilidad del teatro y la “prepotencia de trabajo” (como diría Roberto Artl) de los teatristas. Casi todos los participantes remarcamos que el teatro sobrevivió a todas las crisis y pandemias, incluso a situaciones peores que las actuales. Y en relación a las tecnologías, también superó todas las competencias. Aldo El-jatib, de Rosario (Argentina) apeló a dos textos visionarios de Artaud, sin duda, apropiados para las circunstancias actuales. Hizo un relato sobre las vicisitudes de su grupo para enfrentar la pandemia, sin duda, compartida por otros grupos independientes. Los compañeros de Venezuela contaron cómo, a pesar de las circunstancias adversas y a pesar de su trabajo en cierto modo dentro de la tradición teatral de texto y puesta en escena, la pandemia les permitió explorar otras vías de creatividad, como por ejemplo un trabajo realizado desde la casa de cada teatrista y por medio del teléfono. Aunque, dijeron, no sea por ahora una experiencia a repetirse en la postpandemia, sin duda muchos experimentos de este tipo van a ir promoviendo la creatividad en el futuro y abriendo nuevos caminos. Luego le tocó el turno al compañero español Guillermo Heras, que hizo un recorrido sobre la historia teatral y los horrores que siempre el teatro tuvo que enfrentar y superar. Contó sobre algunas experiencias que pudo vivir en estos días y remarcó cómo a pesar de las restricciones y cuidados, el público asistió a algunas representaciones, incluso aceptando las imposiciones protocolares de salubridad impuestas por el gobierno. Me gustó mucho que dijera algo que comparto completamente: este momento es importante pare reflexionar sobre lo que tendremos que hacer (fue también uno de mis puntos en mi presentación), pero agregó algo más: que el teatro que se venía haciendo no era tampoco algo rescatable, ya que en muchos casos los teatristas se empecinan en montar espectáculos, pero olvidan problematizar la cuestión de los lenguajes, de modo que los productos que veníamos generando eran bastante deplorables (no usó este adjetivo, va por mi cuenta). A continuación escuchamos la palabra de Patricio Vallejo, el director ecuatoriano del grupo Contraelviento, quien, asimilando el teatro al fuego y planteándonos la cuestión de la pandemia como una oportunidad para una renovación, se enfocó en las circunstancias siempre muy desprotegidas en las que se desarrolla la actividad teatral independiente. Contó, también, algunas experiencias ligadas al traslado de su grupo antes de la pandemia a una zona fuera de los centros urbanos y cómo allí tuvieron que enfrentar la pandemia; comentó el pro y contra en el uso de las tecnologías. Finalmente, habló nuestro querido Arístides Vargas del grupo Malayerba, que empezó subrayando el hecho de que la pandemia ha develado y mostrado a nivel planetario, y para todos los países, ricos y pobres, de los horrores del neoliberalismo y de los fracasos de los estados frente a la distribución de la riqueza en el mundo, la precariedad de los sistemas sanitarios, etc. Subrayó cómo hay grandes corporaciones que ganaron con esta pandemia, cómo hay mucha gente que no tiene acceso a internet o a las plataformas, es decir, la existencia permanente de marginados. Le pareció perversa la situación de que ahora pagamos para vernos en las pantallas; de modo que un paso futuro en la lucha es exigir a los gobiernos democratizar las plataformas, sostenidas por compañías que ni siquiera pagan impuestos. Dijo no ser optimista en cuanto al cambio de los seres humanos después de la pandemia; cree que seguirán siendo lo que eran. Nos recordó la historia de Edipo que, en medio de la pandemia en Tebas, comienza su búsqueda de la verdad, dejando en evidencia los crímenes pero, sobre todo, llegando a darse cuenta de su propia criminalidad, lo cual configura una metáfora sobre el horror anclado ni más ni menos que en la figura del líder y del Estado.


Se debatió un ratito la metáfora de Edipo. Por lo que a mí respecta, y como lo plantea Arístides, Edipo se quita los ojos porque ve ‘algo’, pero luego procede asumiendo su responsabilidad y renuncia al poder, cosa que no hacen nuestros gobernantes, según él, más en la línea de Tartufo. Yo me atrevería a seguir la metáfora edípica en el sentido, como lo planteé, que la pandemia es la oportunidad de para cuestionar la institución teatral en su totalidad (“hay algo podrido en el reino de Dinamarca”, hay algo podrido en la teatralidad del teatro); en el sentido de que, en la postpandemia, es probable que colapse el paradigma del teatro en tanto ligado a la contemplación y la representación, y la gente busque desaforadamente ese ‘encuentro’ –palabra que apareció en los comentario de varios colegas— un encuentro visceral –como decía Sandra—, pero no para ver, sino para hacer, una colectivización del deseo de hacer, del deseo de desear y ya no estar sentado en una platea viendo a otros haciendo. Y, como dije, no pienso ni el happening, ni en el teatro comunitario ni tampoco en la creación colectiva tradicional. Pienso en una praxis teatral –imposible de alojar en lo académico y hasta en lo profesional tal como lo entendemos hoy— que supere la teatralidad del teatro creada por la burguesía desde el Renacimiento, entre los que hacen y los que recepcionan, entre los que supuestamente saben y los que supuestamente no saben. Es la ética del teatrista lo que la pandemia no deja como en crisis: nos ha puesto –como dijo Pato— el fuego entre las manos. Necesitamos una praxis teatral (no una práctica teatral) que apunte a permitir a quien tenga el deseo de hacer –como ya se lo ve, tal como mencionó Guillermo, en las protestas feministas, ecologistas, de derechos humanos, de derechos indígenas, etc.— deseo de saber algo sobre el goce, entendido éste en sentido lacaniano, como sufrimiento, o según Freud, como malestar en la cultura. Y este develamiento es necesario, incluso a costa de enfrentarnos a ese núcleo políticamente incorrecto que muchas veces tratamos de velar con espectáculos producidos a partir de las ‘buenas’ intenciones.


Una vez más, gracias a Nixon y su equipo por convocarnos a este conversatorio. 

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